295 MINUTOS DE AVENTURA, DE EMOCION Y RECONCILIACION CON LA NATURALEZA EN EL BOSQUE CAÑONCILLO

Los primeros rayos de luz se filtraban por mi ventana, escuchaba a mi madre, algo regañona levantándome, sentía algarabía, mi pulso aumentaba en breves horas estaría con un grupo de amigos en el Bosque Cañoncillo. Algo apresurado llegue al colegio Latino, la hora de encuentro apremiaba, don Lalo demoraba, el profesor Juan Luis no se ubicaba, llegaron noticias de que se habían presentado algunos contratiempos, por unas votaciones que aun no entiendo, pero al fin llegaron. Fue un recorrido de casi 40 minutos para llegar a nuestro destino, primero San Pedro de Lloc, Chocofan después, le siguió Mazanca, Verdun, San José, Campanita y Tecapa, ultima parada para conocer de cerca este bosque mágico llamado Cañoncillo. Llegamos a nuestro destino, todos los árboles de nuestro alrededor eran algarrobos, nuestros amigos guardabosques, Roberto Ñontol y Ricardo Sánchez de la Cruz, nos acogieron y nos llevaron a conocer de cerca este bosque sacado de un cuento de hadas, al caminar conocimos las bondades del cuncuno (no sabia que al bañarme con hojas de este arbusto me puedo curar del susto), un inquieto churrete o putilla nos daba la bienvenida a la laguna Larga, con su apariencia de cinta, seguimos caminando con ese espíritu aventurero que nos embargaba a todos mis compañeros, lo que nos había contado don Lalo y el gato eran ciertas, sentía que era un sueño pero no era realidad. Seguimos caminando, el grupo de avanzada se alejaba, la mamá de Gabriel apresuraba el paso (quizás su avanzado estado de gestación hacia lento su caminar), Andrea, Antonella y Alicia parecían conocer de memoria el camino. Al llegar a la laguna Cañoncillo, unos periodistas filmaban el paisaje, nos hicieron algunas preguntas ¿Por qué estábamos en Cañoncillo?, el profesor Juan Luis respondió a sus interrogantes, dándoles a conocer cual era el propósito de nuestra visita ese día.

El bosque parecía nunca acabar, nos dieron orden de avanzar, a lo lejos se asomaban unos claros, la famosa Escalera del Diablo del cerro Cañoncillo, nos daba la bienvenida a la zona de dunas, ideal para practicar el sandbord, deporte de aventura que tanto hemos oído en el colegio.

Las dunas se veían muy altas, tenia dudas si debía deslizarme con esas tablas que los chicos de avanzada habían traído sobre sus hombros, todos nos animamos a hacerlo a ver a estos chicos, como olvidar a Tanta cual momito (disculpa la comparación) no sabía maniobrar la tabla, el profesor Juan Luis, cual despistado conductor buscaba en la arena su lente, su dni y su billetera, Charles parecía un experto corriendo olas pero de arenas.

El sol de medio día comenzaba a calentar las arenas, se nos pidió bajar de estos arenales para regresar a la Laguna Cañoncillo donde almorzamos y descansamos. Pero faltaba el porque estábamos ese día domingo 13 de junio en Cañoncillo, los guardabosques nos orientaron de cual iba a ser en ese momento nuestro trabajo en el manejo de los residuos sólidos que habíamos visto a lo largo del camino, que chévere saco en mano a recoger basura se ha dicho dijimos todos, el gato ofreció un premio al grupo que llenaras más sacos (se habrá olvidado de ese premio, aún lo estamos esperando), fue tan emocionante ese trabajo que Elvis trato de conseguir basura de cualquier parte, recogimos muchos sacos, pero no era suficiente, hay muchos residuos que aun yacen regados por el bosque, propusimos hacer otra jornada para la primera semana de julio, ojala todos podamos regresar.

La hora de arreglar nuestras cosas y regresar a casa llego, fue tan triste, pero a la vez alegre y maravilloso conocer este bosque, que no es cualquier bosque, por que en otra parte del mundo no hay otro como este, lo cual estoy orgulloso de que Cañoncillo se ubique en la provincia de Pacasmayo.
Debo dar la gracias a quienes me han permitido ser parte de estos 295 minutos llenos de aventura, de emoción y de reconciliación con la naturaleza, espero que algún día visiten y conozcan de cerca este para paraíso de 10 letras llamado Cañoncillo.

Alexander Nomberto Vertiz